Hoy tenemos planes. Hemos reservado por internet dos billetes para subir en un catamarán que nos dará una vuelta por el río Sil. Estamos ilusionados, ya que el paraje alrededor del monasterio es absolutamente impresionante y la visión que tuvimos del río desde la carretera era alucinante. Así que nos levantamos pronto y desayunamos con tiempo para ir tranquilos. La noche ha sido dura, en la habitación hacía un calor horrible y Carlos se ha pasado toda la noche sudando. Lo vamos a decir en el hotel para que lo arreglen porque es de verdad una sauna. Desayunamos como si no hubieramos probado bocado en dos semanas y comentamos en recepción el problema de la habitación. Nos dicen que van a llamar al técnico y si hay problemas nos cambiarán de habitación.
Cogemos el coche y nos vamos hacia el "embarcadeiro", que se encuentra cerca de un pueblo llamado Loureiro (una palabra con más vocales que sílabas). Nos hemos enterado que Loureiro significa laurel. Durante el camino, el paisaje es precioso, no os podéis hacer una idea. Árboles por todas partes, todo, absolutamente todo, verde, las rocas, también verdes, invadidas por el musgo, cada dos por tres un riachuelo. Espectacular, el paraíso no lo imagino más bonito. Cualquier foto que publiquemos aquí no hará justicia a la belleza del paisaje.
Después de un rato, llegamos al embarcadero. No hay nadie, qué raro. Sólo un coche, todo cerrado y dos barcos, uno más pequeño que otro. Nos acercamos hacia el más grande ya que vemos que hay alguien. Después de un rato esperando, el hombre sale y nos dice que hemos contratado con la otra compañía pero que hoy no van salir, ni unos ni otros. Increíble, nos parece lo peor, así que emprendemos el regreso y llamo a la otra empresa (a la del señor que amablemente nos había informado). Nos dan cita para mañana a las 12'30. ¡Genial! Hemos tenido suerte incluso habiéndonos dado plantón, ya que el barco grande es más chulo.
Está lloviendo. Decidimos seguir una ruta para ver el monasterio de Santa Cristina y un mirador, y de allí ir a Ourense, ya que el día parece que va a ser malo en cuanto a la climatología. El camino sigue siendo precioso, impresionante, de vez en cuando nos paramos para hacer alguna foto. Llegamos a un mirador, el de Cabezoas, pero está lloviendo mucho y las vistas pierden bastante. Seguimos la ruta y después de un rato llegamos una indicación hacia un pueblo llamado Requián, yo no quiero entrar, pero Carlos sí, así que, como conduce él, entramos. Es un pueblo muy pequeño, de pocas casas, donde los pocos habitantes nos miran con cara de "estos pobriños se han perdido". Al final del pueblo llegamos a una iglesia pequeñita, del estilo de las de por aquí, así en plan rústico. Damos la vuelta por las estrechas calles (en estas no cabían dos coches juntos ni de milagro) y proseguimos el camino hacia Santa Cristina. Y finalmente, llegamos.
El monasterio es pequeño, nada que ver con Santo Estevo, pero bonito. Es el segundo más antiguo de toda Galicia, pero sólo se conserva de lo más antiguo la portada de la iglesia, de estilo románico, el resto son remodelaciones posteriores. Aún así, tiene mucho encanto y pasamos buen rato por su claustro, la iglesia, y los alrededores, llenos de árboles secos, podridos por dentro.
Tras la bonita visita, vamos hacia el mirador de los balcones de Madrid, en el pueblo de Parada Do Sil. Seguimos las indicaciones y no nos cuesta llegar. Las vistas son muy chulas, se ve el río Sil debajo y los cañones, aprovechamos para hacernos unas cuantas fotos.
Cogemos el coche y decidimos ir hacia Ourense ya, pero cuando estamos saliendo del pueblo de Parada Do Sil, Carlos ve una señora cortando pulpo y piensa que es una feria. Paramos, bajamos del coche y nos acercamos a ver qué es. Hay una sombrilla con una olla muy grande al fuego, una pequeña barra, los platos típicos del pulpo y una señora cortando a trozos el pulpo y poniéndolo en los platos. Nos ponemos a hacer cola para comprar un poco. Esperamos un rato, la señora está con su marido, que saca varios pulpos del coche y los pone a cocer en otra olla más alejada. La mujer le dice a su marido que esté tranquilo, que ella sólo tiene dos manos y no puede ir más rápido. Es curioso lo rápido que corta el pulpo y lo coloca encima de los platos. También se puede pedir para llevar, el pulpo con el pimentón, aceite y sal lo mete en una bolsa y ésta la mete en otra en la que echa caldo de la olla para que no se enfríe. Nosotros seguimos haciendo cola, yo con la boca abierta de ver algo tan típico y Carlos ilusionado por la situación. Por fin nos toca y pedimos una ración, 6 €. Le preguntamos si se puede tomar en el bar de al lado y nos dice que sí. Así que entramos y nos sentamos en la barra. Pedimos dos Coca-Colas. Probamos el pulpo y... ¡mmmmmmmmhh!, impresionante, el mejor que hemos probado jamás.
Está tierno, sabroso, y en cantidad tal que decidimos que esa sería nuestra comida para hoy. Nos vamos del pueblo, intentando hacer fotos a la sombrilla, pero es difícil, ya que no quiero que la señora se enfade. Así que Carlos decide dar la vuelta y pedirle con todo el morro que se haga una foto con nosotros. La mujer dice que va a salir mal pero accede fácilmente, aunque se va hacia la olla más alejada, coge un pincho, "pesca" un pulpo y me da el pincho para que lo sujetara y nos hiciéramos una foto. ¡Qué amable! Nos hacemos un par muy chulas que nos servirán para recordar la pintoresca situación y lo bueno que estaba el pulpo.
Ahora sí, salimos hacia Ourense. La carretera no es tan chula, pero está bien. Al cabo de un rato hemos llegado. Durante el camino, hemos hablado de comprar una empanada gallega en algún sitio y comérnosla tranquilamente en la habitación del hotel. En Ourense, nos liamos un poco pero rápidamente encontramos un lugar donde aparcar no muy alejado del centro. Casualmente, vemos unos puestos cerca de un mercado donde pone que venden empanadas y pan. Nos acercamos y compramos una de carne. Al lado hay una señora que vende unas rosquillas dulces y le compramos una bolsa. Hablamos con ella un ratito y nos comenta que vayamos a ver las termas, en las que el agua sale a mucha temperatura de forma natural y son gratuitas. La mujer es muy simpática, nos cae muy bien. Nos despedimos y nos vamos a ver "As burgas", que es una plaza donde hay una fuente en la que el agua sale a una temperatura de ¡67º!. Intento tocarla, pero Carlos me dice que ni se me ocurra, que me quemaré, así que tocamos la que hay en donde cae ¡ufff! ¡quema! menos mal que no he tocado la de la fuente. Probamos las rosquillas, ¡están buenísimas! A la vuelta le compraremos más a la buena mujer. Caminamos hacia la plaza del ayuntamiento y la catedral. La plaza es bonita, pero la catedral nos parece un poco rara, es demasiado robusta y alta, y los edificios están muy pegados, lo que aún la hace más grande a la vista. Se pone a llover más fuerte, así que aceleramos el paso para no mojarnos. Cuando llegamos al coche, nos acercamos rápidamente a comprar más rosquillas.
Nos ponemos a buscar las termas que nos ha aconsejado visitar la señora, pero tras varias vueltas por la ciudad no conseguimos encontrarlo y como llueve tanto, decidimos volvernos al parador. Volvemos por otro camino, para evitar por el que fuimos la primera vez, y la verdad es que mucho mejor, más ancho y más rápido. Desde Monforte hubiéramos hecho más kilómetros, pero te ahorras ese horroroso camino.
Al llegar a la habitación, nos damos cuenta de que no han arreglado el aire y el ambiente es super caluroso. Carlos llama a recepción y les sugiere que nos cambien de habitación. Nos dice que hay una habitación libre, pero que es más pequeña que la otra. La vemos, es más pequeña, también la cama, aunque las vistas dan a la montaña, pero decidimos cambiarnos dado que pensamos que con las horas que son no van a arreglárnoslo a tiempo.
A las 19 h., tenemos concertada una visita guiada por el monasterio. A la hora prevista bajamos a recepción y empieza la visita. El guía nos enseña y nos va contando la historia, empezando desde la iglesia, el claustro más antiguo, otro claustro, las ruinas celtas, el horno, los lavaderos y el claustro central. Aprendemos mucho sobre su historia y me gusta pensar sobre cómo vivían los monjes en aquellos tiempos sin ninguna de las comodidades que tenemos ahora. Me parece que el parador gana en encanto desde este momento, y me dan ganas de conocer más. Nos encanta la visita, ha valido mucho la pena. Además, conocemos porqué los castaños que hemos ido viendo por los caminos recorridos se mueren. Resulta que la gente ya no recoge las castañas y no cuidan ya los castaños. Además, muchas veces cortan los árboles por la parte de arriba, porque así el árbol echa más ramas por abajo, pero al quedarse desnudo por arriba le entra agua y se acaba pudriendo.
Estamos cansados, subimos a la habitación y cenamos la empanada gallega y algunas rosquillas. La temperatura es más agradable, en general, estamos más cómodos en esta habitación.
Un besazo!!!